HOUSTON - En el corazón de Houston, una historia de superación y esperanza se despliega alrededor de la mesa tradicional del Día de Acción de Gracias.
Ángel Rivero, un migrante venezolano, celebra por primera vez esta emblemática festividad americana, transformando un día que antes solo conocía por las películas en una experiencia real de gratitud y pertenencia.
Después de un viaje migratorio que describió como "tres meses de terror", atravesando selvas peligrosas y enfrentando amenazas constantes, hoy encuentra refugio y comunidad en una casa que lo acoge como familia. Con un amuleto —un pañuelo de su madre fallecida— como talismán, Ángel ha logrado no solo sobrevivir, sino comenzar a construir una nueva vida.
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Su anfitrión, Daniel Contreras, también migrante, ha abierto las puertas de su hogar, creando un espacio donde la diversidad cultural se celebra a través de la comida. La cocina se convierte en un mosaico de sabores: un congrí cubano preparado por su pareja, un pavo americano horneado por Daniel, y una ensalada de gallina venezolana cortesía de Ángel.
Más allá del festín, la mesa se convierte en un espacio de reflexión. Ángel comparte su profunda gratitud, reconociendo que mientras él tiene un lugar para celebrar, hay muchos otros migrantes sin un hogar, durmiendo en refugios o en las calles. "Le doy mil veces gracias a Dios por ponerme ángeles en el camino", dice con emoción.
Este Día de Acción de Gracias no es solo una celebración tradicional, sino un símbolo de resiliencia, esperanza y el poder transformador de la comunidad. Para Ángel, es el inicio de una nueva historia, una donde ve un futuro lleno de posibilidades en esta tierra que ahora llama hogar.
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